Llegamos a Bali en la oscuridad de la noche, y el entorno indonesio nos golpeó con fuerza después de los 11 meses que pasamos en Australia. El calor y la humedad nos pegaron las remeras a la espalda en cuestión de minutos, los taxistas nos aturdían con ofertas y contra ofertas, y los pequeños motores de las motos zumbaban por doquier.
Unas horas más tarde estábamos sentados en un puesto callejero de comida al lado de la casa de Daniel comiendo Nasi Goreng (arroz frito con verduras), tomando té helado y pensando con una felicidad furiosa que habíamos vuelto a uno de mis lugares favoritos en el mundo, acabábamos de llegar al místico sudeste asiático, una nueva aventura comenzaba.
Para entender Bali, o mejor dicho para entender Indonesia, es necesario comprender las diferencias étnicas que conviven en armonía (y a veces no tanto) en las islas. Bali es de mayoría hindú, lo que no significa que no haya budistas ni musulmanes como en el resto del Sudeste.
De hecho, Bali fue fundada como una colonia en el Siglo XIV por el Imperio Mayapajit que se encontraba en la isla de Java, y era de origen hindú.
El Imperio Kediri, de mismo origen, sucedió al Mayapajit en estos territorios cuando este se disolvió por una disputa de poder, hasta que el avance de los musulmanes desde el Noroeste en el Siglo XVI empujó a la aristocracia, los artistas e intelectuales a refugiarse en Bali, razón por la que la isla es mundialmente conocida por sus artesanías y sus danzas, entre otras formas de arte.
Daniel, nuestro anfitrión de Couchsurfing, era un joven musulmán que vivía solo en un pequeño mono-ambiente en la zona de Denpasar, al sur de la isla.
Nos quedamos pasmados al comprobar el nivel de confianza y la cálida hospitalidad que este desconocido nos ofrecía, aprendimos rápidamente que sí se puede confiar en los extraños, y tuvimos así nuestra primera experiencia del excelente recibimiento que los musulmanes acostumbran a brindar a sus invitados, como lo haríamos tantas otras veces a lo largo de nuestros viajes. Y al día siguiente comenzamos a explorar.
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Caminar por Bali es ir esquivando ofrendas sagradas que se dejan a diario en la entrada de locales comerciales y las casas, es cruzar la calle esquivando cientos de motos, es devolverle la sonrisa a la gente que pasa.
¿Era esto lo que tanto extrañaba del Sudeste? Me preguntaba esos días. Y así era, extrañaba estar en un lugar donde la vida se vive en las calles, donde se respira ese folclore de la amistad cotidiana, de las calles con obstáculos, de las sonrisas más grandes en las caras de los que más la tienen que pelear cada día.
Después de 9 meses viviendo en el desierto de Australia, volvíamos a ser espectadores de un mundo cambiante, de un mundo de posibilidades, de un mundo ruidoso, pero lleno de ese ruido (y ese silencio) que te hace sentir en casa, si es que tal lugar existe siquiera.
Ya nos había pasado una vez en Australia, y volvió a pasar. Cuando uno ve una isla en un mapa, no siempre se hace a la idea de su tamaño, y esto puede ser un problema.
A la hora de explorar Bali nos dimos cuenta rápidamente de dos cosas: primero que era demasiado grande para recorrerla a pie; y segundo que el transporte público era sumamente ineficiente. De esta forma llegamos a nuestro segundo error, alquilar una moto.
A recomendación de Daniel, fuimos a una agencia de alquiler certificada, propiedad de un extranjero. ¿Por qué? Porque en Bali (como en la mayor parte del subcontinente) si la policía ve a un hombre blanco manejando una moto las posibilidades apuntan a que lo van a parar para sacarle un soborno, alegando que los papeles no están al día, que la moto no está en condiciones, etc.
Luego de revisar que nos daban todos los papeles, y de sacarle unas 20 fotos a la moto (para dejar constancia de su estado), me mostraron cómo manejarla – primera vez en mi vida en una moto –, y nos largamos a uno de los peores tráficos del mundo.
Mi consejo para cualquiera pensando alquilar una moto en Bali es el siguiente: si no sabes manejar, no lo hagas. Los siguientes dos días fui un manojo de nervios, la mayor parte del tiempo a punto de chocar, con las miles de motos y autos que se me tiraban encima y me pasaban por todos lados, literalmente temblando para mantener el equilibrio en medio de todo ese embrollo.
Dicho esto, la moto nos permitió llegar a lugares increíbles que de otra forma no estoy seguro de que hubiésemos podido ir.
Kuta, en el Sur de la isla, es sin duda el lugar más turístico de Bali, si es que no de todo Indonesia. Es el destino vacacional número uno de los Australianos que lo llaman “su patio trasero”, porque es donde pasan sus fiestas y la mayoría de sus vacaciones. Ir a Kuta fue para nosotros salir de Bali y volver a Australia.
A medida que nos acercábamos con la moto, los pequeños comercios locales se fueron convirtiendo en gigantes centros comerciales, los comedores abiertos de la calle se cambiaron por cadenas de comida rápida y restaurantes de alta categoría, cada vez se veía menos locales en las calles, y más australianos y europeos.
Kuta es el barrio de la fiesta en la isla y es por lo tanto el destino que la mayoría de los jóvenes viajeros eligen para conocer. Ese día comimos ahí, y me acuerdo pensar divertido que en algunos restaurantes ofrecían comida italiana, cocinada por un chef australiano, en el medio de Indonesia; cosas de la globalización supongo.
Lo que sí nos quitó el aliento fueron las hermosas playas de Nusa Dua. Esta zona en el extremo Sur de la isla es donde se ubican los hoteles más lujosos del país, todos con acceso privado a la playa.
Por nuestro anfitrión nos enteramos de que, a pesar de que la mayor parte de las playas de Nusa Dua está “privatizada”, hay una gran porción de arena que se ha reservado para uso público.
Si bien nos costó que los locales entiendan que no íbamos a ningún hotel y que queríamos ir a la “free beach”, llegamos, y nos encantó.
La playa es limpia (¿será que no hay tantos turistas?), cuenta con una gran línea de árboles que dan una sombra hermosa ideal para una siesta y se encuentra mucho menos atestada de vendedores ambulantes, como es el caso de las playas más populares de la isla.
Es asombroso el contraste entre las playas llenas de australianas y europeas haciendo “Topless” en Kuta, y estas playas publicas solo unos kilómetros más al Sur, donde las mujeres locales no se quitan ni la remera mangas cortas ni el Hiyab – el pañuelo con el que se cubren la cabeza las musulmanas – para tomar sol o meterse al agua.
Además de re-adaptarnos al ruido, al tráfico y a la gente, nos tuvimos que encontrar con un viejo enemigo de los desacostumbrados estómagos argentinos: la comida picante.
Si bien la comida balines no es de lo más picante que hemos probado (ni se acerca a la comida india), hacía años que no estábamos en Asia, y fue todo un esfuerzo.
Pero yo siempre he disfrutado de comer platos sin nombre con gustos inesperados, y en este caso no fue diferente. Íbamos a un lugar, señalábamos algo en el menú (si es que había) y que sea lo que tenga que ser, que de última lo bajábamos con otro vaso de té helado.
El último lugar al que nos llevó nuestra moto antes de que nos caigamos – sí, ¡claro que nos caímos! – fue a la península de Bukit, casi tan al sur como se puede llegar en Bali.
Alejado del desorden del centro, el camino se vuelve un tranquilo recorrido semi-montañoso, un suspiro para mis cansadas manos que se aferraban al manubrio con mucha fuerza, y el único momento que disfrute manejando una moto en mi vida.
Nos dirigíamos al famoso templo marino (erigido para honrar a los dioses del mar) de Uluwatu, conocido por su increíble ubicación en la cima de un acantilado de unos 70 metros, por los monos (ladrones) que abundan en su interior, y porque según la tradición es uno de los seis pilares espirituales de Bali.
Si bien el templo no es demasiado llamativo, lo que nos dejo sin palabras fue la caminata por el borde del acantilado y las vistas que nos regalaba.
Tarde nos enteramos de que el templo ofrece una de las mejores vistas del atardecer de toda la isla, pero de todas formas disfrutamos con paisajes extraordinarios del mar golpeando los altísimos acantilados.
La caminata toma alrededor de 2 horas si se hace lentamente, pero vale la pena hacerla de principio a fin.
Si van a Uluwatu, no pueden dejar de ir a uno de los lugares más increíbles que conocimos en Bali, Blue Point Beach, a sólo unos kilómetros del templo. La playa, de arena dorada y agua cristalina, se ubica entre dos acantilados gigantescos, y toda una especie de pueblo hippie-surfer se ha formado en los alrededores. La vibra es inigualable, la gente es sumamente amable y es un excelente lugar para relajarse y disfrutar de la playa.
Volviendo a la casa de Daniel, último recorrido hasta devolver la moto, venía pensando en cómo mi hermano se había caído de la moto el año anterior en Tailandia y como mi viejo se había caído dos veces en Chile, y me dije “¡Ja!, soy el único Matzkin que no se cae de la moto”.
Por supuesto, 20 metros después, intentando entrar al estacionamiento del edificio, perdí el equilibrio y nos caímos. Por suerte no nos pasó nada, excepto que me recordé por milésima vez que nunca hay que cantar gloria antes de tiempo.
Año Nuevo en Bali
Llegamos a Bali un 26 de Diciembre con la idea de pasar año nuevo en Indonesia (o tal vez de no pasarlo solos en el desierto de Australia), por lo que entre idas y venidas el 31 se nos vino encima. Si bien nuestra idea era pasarlo con Daniel siguiendo costumbres locales, él mismo junto con sus amigos, iba a ir a Kuta a pasarlo de fiesta, por lo que decidimos encontrarnos allá.
Año nuevo en Kuta es como en cualquier otro lugar donde hay muchos boliches, con la gente volcada a las calles cortadas por la policía, los bares llenos a rebosar, los hoteles más lujosos ofreciendo cenas estrafalarias y espectáculos de gala.
Nosotros fuimos a caminar por la playa después de cenar y encontramos muchísimas sillas dispuestas alrededor de puestos que vendían cerveza. Desde ahí vimos los fuegos artificiales que duraron unos 10 minutos, tiempo suficiente para que se vuelva monótono y que decidamos emprender la vuelta.
Cumplíamos un año entero pasado de viaje, un año en el que nuestros sentidos se habían dilatado viviendo en el desierto, en el que volvimos no sólo a viajar, sino a sentir que vivimos la vida que elegimos, y no hay sentimiento en este mundo que valga más el esfuerzo, que el que se tiene al vivir con un significado, al sentir que se tiene una razón para levantarse todas las mañanas con una sonrisa, una razón para aguantarse todas las malas y disfrutar mucho más las buenas.
Fue un año difícil, pero otro empezaba, uno que estaría repleto de aventuras. Nuestro viaje por el Sudeste no hacía más que comenzar. Y las paradisíacas islas del Este de Indonesia nos estaban esperando.
Así empezaba nuestro viaje por Indonesia, un viaje que nos llevaría tanto a playas paradisíacas como a aldeas perdidas en la selva. Ahora los invitamos a que nos sigan acompañando en nuestros viajes a través de Facebook, Twitter, Instagram o Subscribiéndose al Blog ingresando su email debajo y haciendo clic en Seguir.
¡Que tengan Buenas rutas!